28.2.15

Vulcano se viste de luto


Mal día para los trekkis. Leonard Nimoy ha iniciado un viaje interestelar sin retorno y más allá de la Enterprise.

Descanse en paz.

27.2.15

A la mañana siguiente


No Confíes en Nadie es el estúpido título español del más apropiado Before I Go to Sleep inglés (antes de ir a dormir), aunque, al mismo tiempo, significa un tremendo aviso, ya que muy bien, a ese "no confíes en nadie", se le podría haber añadido la coletilla “ni siquiera en Rowan Joffe”, el director de este thriller protagonizado por Nicole Kidman y Colin Firth, dos actores que repiten juntos en pantalla tras habernos aburrido soberanamente, el pasado verano, con la insulsa Un Largo Viaje.

En esta ocasión, Kidman y Firth dan vida a un matrimonio que está pasando por un mal momento. Ella, después de sufrir un accidente, se ve afectada de un peculiar tipo de amnesia, ya que cada día, al despertar, no recuerda absolutamente nada de su vida anterior, pudiendo retener las nuevas informaciones que le llegan durante tan sólo ese día ya que, a la mañana siguiente, tras haber dormido, volverá a tener su mente en blanco. Un extraño bucle tras el que, en realidad, se esconde mucho más que un simple accidente.


La propuesta, en un principio, engancha. Incluso, para dar más aliciente a la cosa, aparece un tercero en discordia, el siempre efectivo Mark Strong, dando vida a un psiquiatra que trata a la amnésica de la Kidman en secreto, a expensas de su marido. Hasta aquí, todo bien. Después, el invento empieza a torcerse de mala manera.


El gran problema estriba en la realización y en el guión del propio Rowan Joffe quien, basándose en la novela de S. J. Watson, de tanto estirar y remachar las mismas situaciones una y otra vez, transforma a la cinta en una especie de pez, poco apetecible, que no para de morderse la cola. Tanto llega a mordérsela que, por el camino, deja un montón de agujeros sin respuesta y de pasajes totalmente ilógicos, aparte de convertirse en una intriga llena de truculencias y de sorpresas (teóricamente inesperadas) de lo más tramposo.

Un thriller rutinario, falso y exento de cualquier tipo de personalidad. Por mucho que Nicole Kidman se esfuerce en llorar y sufrir de lo lindo y que Colin Firth (igual de pasmarote que casi siempre) intente dotar de cierta entidad y misterio a su personaje, a la película le cuesta muchísimo arrancar. Y, cuando por fin lo logra, lo hace mal, precipitadamente y dejando un rastro de inexplicables enigmas por resolver.


No confíe en nadie… y mucho menos en quien pueda recomendarle una nimiedad como esta.

24.2.15

El sueño de una noche de invierno (Oscar 2015)

Fue una noche larga, como ya es habitual, y llena de reivindicaciones de todo tipo. La gente de color reclamó sus derechos una y otra vez, mientras que Patricia Arquette, ejerciendo de feliz matrona con el Oscar en una mano, vivía su momento Norma Rae exigiendo un mejor lugar para las mujeres dentro de la industria del cine, al tiempo que una desbocada Meryl Streep se unía a sus quejas desde el patio de butacas.

Neil Patrick Harris se estrenaba como maestro de ceremonias, haciéndose pasar por mago, quedándose en gayumbos ante todo el personal, cantando y bailando para dar un repaso a la historia del cine y a las ocho películas nominadas e insistiendo para que Eddie Redmayne despertara, de vez en cuando, a su vecino de butacas, un Robert Duvall que acudió a la cita disfrazado de juez senil.


Travolta demostró que a él también le encanta jugar al tocador de la señorita Pepis en plan Renée Zellweger y Lady Gaga se transformó por unos minutos en una Julie Andrews tatuada para marcarse un homenaje a los 50 años de Sonrisas y Lágrimas y a los 80 tacos de Maria von Trapp.


Interpretativamente hablando, las enfermedades fueron las triunfadoras de la noche: el alzheimer (Julianne Moore) y el ELA (Eddie Redmayne) se impusieron por sobre del colectivo gay (Benedict Cumberbacht), los derechos laborales (Marion Cotillard), mochileras en busca de redención (Reese Whiterspoon), millonarios narigudos y disfuncionales (Steve Carell), esposas sufridoras (Felicity Jones), heroicos veteranos de guerra (Bradley Cooper), mujeres psicópatas (Rosamund Pike) y actores en crisis con ganas de volver a alcanzar el estrellato (Michael Keaton).

Por otra parte y en un apartado más secundario, maestros de música despóticos (J. K.Simmons) y madres abnegadas (Patricia Arquette) desbancaron a enfermos terminales de cáncer (Laura Dern), jueces homicidas (Robert Duvall), jovencitas con problemas de drogadicción (Emma Stone), padres esforzados (Ethan Hawke), chicas crucigramistas (Keira Knightley), actores engreídos (Edward Norton) y brujas desmelenadas (Meryl Streep).


Seis superhéroes y un primo hermano del muñeco de Michelín (Big Hero 6) dejaron arrinconados a un dragón medio desdentado (Cómo Entrenar a tu Dragón 2) y a un grupo de monstruitos envueltos en cajitas (Los Boxtrolls), mientras un ejército de Legos ninguneados se miraban la ceremonia con cierta distancia emotiva.

Una monja judía que atendía por Ida, mediante su particular leviatán y pegándose un fenomenal atracón de mandarinas, protagonizó uno de los relatos salvajes de la noche, dejando más lejos que nunca a la localidad de Timbuktu.

Y allí, en la ciudad de Selma y sobre la azotea de un hotel premiado por el lujo de su arquitectura y diseño (El Gran Hotel Budapest), un francotirador apostado erró todos sus disparos, dejando que se escapara volando hacia la gloria un hombre pájaro (Birdman) que dejó boquiabierto a un jovencito al que vio crecer durante 12 años (Boyhood), al tiempo que, mediante un complicado juego de imitación (The Imitation Game) y un fuerte y sonoro latigazo (Whiplash), dejaba con un palmo de narices al mismísimo Stephen Hopkins (La Teoría del Todo).


El año que viene, más. Mientras, pueden consultar toda la lista de ganadores en este link.

21.2.15

Nacío pá matar


Tras su discutida aunque ligera y agradable incursión en el musical con Jersey Boys, Clint Eastwood vuelve a lo suyo con El Francotirador, un film bélico que narra la vida de un personaje real, Chris Kyle, un francotirador de los Navy Seal que terminó convirtiéndose en “leyenda” por la precisión de sus disparos y cuya misión era proteger las incursiones de los marines durante la guerra de Irak. Todo un hombre "nacío pá matar".


Bradley Cooper, un actor con ganas de dar un giro radical en su carrera y encarnar a un personaje que le permitiera jugar con su físico, compró los derechos del libro sobre las hazañas belicosas y familiares del tal Chris Kyle y le ofreció a Steven Spielberg la posibilidad de convertirlo en película. Este puso manos a la obra pero, a la hora de empezar a rodar, se echó “patrás” y le endosó la patata caliente al amigo Eastwood, quien aceptó el reto y tiró “palante” el proyecto de forma bastante desinteresada, tal y como puede apreciarse con el resultado final.

El Francotirador es un trabajo sin ángel. No emociona ni con los conflictos sentimentales, familiares y matrimoniales del héroe americano, ni tiene el mínimo brío necesario para desarrollar sus escenas de acción. La monotonía y el automatismo de Eastwood tras la cámara resultan ciertamente preocupantes. Tan poco interés demuestra el “maestro” en esta ocasión que, por ejemplo, en la escena del nacimiento de la hija de Kyle, en lugar de contar con la presencia de un bebé real, nos endilga, con todo el descaro del mundo, un muñeco de lo más descarado cuya única gran proeza es ir moviendo delicadamente una de sus manitas. De juzgado de guardia, al igual que el desmesurado barrigón de plastilina de la esposa del protagonista (una desaprovechada, por cargante, Sienna Miller) durante su primer embarazo.


Clint Eastwood ha ido a cubrir el expediente bajo mínimos, dejando al descubierto a un Bradley Cooper que, a pesar de su esfuerzo en conseguir una sorprendente transformación física para adoptar el aspecto de un soldado brutote, parece totalmente perdido a bordo de un papel que ansiaba con todas sus fuerzas, el de un héroe yanqui que decidió alistarse al cuerpo de los Navy Seal tras ver por televisión el efecto de un atentado iraquí a una embajada norteamericana. Y no les cuento lo del encabronamiento posterior de nuestro matador condecorado cuando ve caer, también a través de la tele, las dos torres gemelas el 11 de setiembre de 2001.


La cinta, aparte de innecesariamente alargada, queda totalmente deslavazada. Los saltos temporales son tan descontrolados que incluso, por momentos, parece perder la noción del paso del tiempo y la de realidad (tienen delito las llamadas telefónicas a la esposa en pleno combate). Los hijos de Kyle crecen a pasos agigantados, mientras que las continuas idas y venidas de Irak a su hogar en Norteamérica, lo único que hacen es romper totalmente el ritmo en los dos frentes de narración que se van alternando a lo largo de su cansina proyección, diluyéndose todo en una narrativa anodina en donde lo único que sobresale es un tufillo fascistoide y patriótico que tira totalmente de espaldas.


Un Eastwood para olvidar, más cercana en intenciones al facherío de El Sargento de Hierro que a ese otro gran título sobre francotiradores que, dirigido por el francés Jean-Jacques Annaud, atendía por Enemigo a las Puertas. Una pena que, sin embargo, ha conseguido 6 nominaciones al Oscar, incluidas las de mejor película, actor y guión adaptado. Alucino pepinillos.

20.2.15

Olorcillo corporal


El canadiense Jean-Marc Vallée, tras haber dirigido esa interesante Dallas Buyers Club que le valió el Oscar a mejor actor a Matthew McConaughey, vuelve a colocarse tras la cámara para afrontar, con Alma Salvaje, un nuevo biopic en forma de odisea excursionista: la aventura que vivió en solitario la escritora Cheryl Strayed para salir del pozo en el que había caído; un pozo en donde se mezcla un matrimonio fallido, su drogodependencia, sus escarceos sexuales con hombres de todo tipo y condición y, de propina, los recuerdos de una madre que lo fue todo para ella. Una aventura sudorosa cuya principal meta, aparte de asustar fantasmas personales, fue hacer una caminata de más de mil millas a través del Sendero de las Cimas del Pacífico.


Alma Salvaje arranca cuando una joven Cheryl Strayed decide abandonar su mierda de vida actual y se carga a la espalda una mochila (o, mejor dicho, una mochilaza) para pegarse una inmensa caminata, en plena naturaleza y sin experiencia alguna, en busca de cierta redención espiritual. A partir de ahí, el espectador asistirá a los avatares de la excursionista durante su viaje de exoneración y a un sinfín de flash-backs que van enseñando, un poco sin orden ni concierto y metidos un tanto con calzador, los motivos que llevaron a la literata a tan dura prueba.

Es innegable que la cinta está cargada de buenas intenciones; muy buenas intenciones, cosa que no evita que algunos de sus pasajes (aparte de reiterativos) resulten de lo más aburrido. En su recorrido, alterna la suciedad, el dolor de pies y las gachas frías, con un desfile de personajes de lo más variopinto, desde su madre (a la que da vida una magnífica, aunque envejecida, Laura Dern), con la que mantuvo una fuerte relación emotiva, hasta el calvario con su marido, pasando por los distintos individuos que se va cruzando en su camino.


Un camino arduo, largo y que, para muchos (yo me incluyo entre ellos) puede parecer francamente interminable ya que, uno de sus mayores defectos, estriba en el cansino ritmo que Vallée le ha imprimido a su narración; una narración que parece adormecerse demasiado a menudo para, en su recta final, terminar de forma precipitada la historia propuesta, dando la impresión de que a su guionista, Nick Horby (basándose en las memorias de la propia Strayed), se le habían acabado todos los recursos melodramáticos de su exposición.

Si algo tiene de bueno este producto, aparte de las “buenas intenciones” antes señaladas, es la compacta interpretación de Reese Whiterspoon (productora también del mismo) quien, por su perfecto trabajo metiéndose en la piel de la autora, ha sido nominada al Oscar a mejor actriz, al igual que la también excelente Laura Dern que, en las funciones de su progenitora, ha conseguido la nominación a mejor secundaria.

En definitiva, una especie de telefilme, de los que las televisiones emiten los domingos por la tarde, sobre historias de superación personal de esas que tanto gustan al público norteamericano. Un film que, sin embargo, hubiera resultado ideal filmarlo con aquel sistema que años ha ideó John Waters para su Polyester: el Odorama; un precario sistema que permitía al espectador sufrir los olores de la película. ¿No sería encantador, en Alma Salvaje, notar el tufillo corporal que desprende la Whiterspoon tras andar días y días, a pleno sol, y sin una puta ducha en su camino? Pues eso.

18.2.15

Descolorida


Nominada al Oscar como mejor película y mejor tema musical por la canción Glory y no previsto su estreno en España hasta el próximo 6 de marzo, Selma, de Ava DuVernay y producida, entre otros por la omnipresente Oprah Winfrey (con pequeño papel incluido) y Brad Pitt, narra la lucha de Martin Luther King Jr. por el derecho al voto de la gente de color que culminó en una multitudinaria marcha pacífica desde la ciudad de Selma a Montgomery (Alabama) a mediados de los años 60.


Centrada, principalmente, en la figura de Martin Luther King (interpretado, con muy poca convicción, por David Oyelowo), Selma indaga (también con poquísima convicción) en la campaña iniciada por el líder afroamericano y en sus enfrentamientos dialécticos con Lyndon B. Johnson, el por entonces presidente de los EE.UU., intentando reflejar, al mismo tiempo, la crispación racial existente, las divergencias ideológicas con los partidarios de Malcom X y los efectos que esa lucha causaron en el seno familiar del propio Luther King.


Selma, por su aséptico tratamiento cinematográfico, es una película sin alma; una especie de telefilme que, por mucho que su directora se empeñe en llenarlo de rostros conocidos para darle más empaque a la cosa (Tom Wilkinson, Giovanni Ribisi, Dylan Baker o Tim Roth, sin ir más lejos), acaba resultando un producto sin garra ni magnetismo alguno, aunque, eso sí, cargado de buenísimas intenciones. Pero, como ya he dicho en muchas ocasiones, las “buenas intenciones” (en este caso, políticas y sociales) no son suficientes para elaborar un buen trabajo.

Un espléndido ejemplo de la poca fuerza que destila Selma y de la mínima destreza como realizadora de la tal Ava DuVernay, se encuentra en la minimalista forma de rodar la violenta carga policial que desmanteló a un numeroso grupo de manifestantes negros que intentaban iniciar una marcha, de forma pacífica, en el puente de Edmund Pettus de la citada ciudad de Selma. Es tan nula su habilidad a la hora de poner la cámara, que la brutalidad policial que pretende mostrar al espectador se queda en agua de borrajas.


El año pasado, 12 Años de Esclavitud (producida también, curiosamente, entre otros, por Brad Pitt) consiguió el Oscar a mejor película, mejor actor y mejor guión adaptado. Con Selma, incidiendo de nuevo en el tema de la segregación racial, vuelven a intentar una jugada similar. Pero, en esta ocasión y vistos los pobres resultados del invento, tienen todas las de perder.

11.2.15

Como una cabra


El neoyorquino Bennett Miller, después de haber dirigido Truman Capote y Moneyball, vuelve a ponerse tras la cámara para afrontar, de nuevo, otra historia real, en este caso la del excéntrico millonario de Pensilvania John du Pont y la relación que mantuvo con Mark y David Schultz, dos hermanos que habían conseguido ser medallistas olímpicos de oro en el pasado. El título de la cinta es Foxcatcher, nombre que hace alusión directa a las granjas propiedad del acaudalado personaje protagonista de la misma.


Foxcatcher es un film cargado de ambientes enrarecidos. De pausada progresión narrativa, la cinta se centra, ante todo, en la obsesión del tal du Pont por apadrinar, de cara a las olimpiadas de Seúl de 1988, al joven Mark, el pequeño y acomplejado de los hermanos Schultz, al tiempo que contrata como entrenador del equipo que ha montado con el nombre de sus granjas a David, un deportista que, al igual que su hermano, soportará las neuras del acomodado millonario debido a las buenas condiciones económicas que le aporta dicha colaboración.


La lentitud con la que afronta los hechos sucedidos en la gran mansión de du Pont y sus alrededores, hace que el film pueda parecer, aparte de aburrido, bastante vacío de contenido. Aburrido sí, lo es, pero vacío, en absoluto. La fuerza del trabajo de Miller radica en el excelente retrato que hace del extravagante magnate, un tipo pirado por coleccionar armas de fuego, sospechosamente patriótico, amante de la lucha libre, cocainómano y capaz de definirse a si mismo como “ornitólogo, filántropo y filatélico”; definición a la que se le podría añadir “… y loco de atar”.

Steve Carell, nominado al Oscar por su trabajo, deja a un lado su habitual faceta de comediante para correr, de forma brillante, contundente y a través de un impresionante cambio fisionómico (en donde el maquillaje ha tenido mucho que ver), con el papel de John du Pont mediante un registro tan sorprendente como totalmente calibrado ya que, en momento alguno, se le escapa de sus manos el conflictivo personaje, al igual que hacen con los suyos Channing Tatum y Mark Ruffalo; el primero dando vida al  retraído Mark Schultz en una de las mejores interpretaciones de su carrera y, el segundo, nominado al Oscar como secundario, metiéndose en la piel de David, la figura más humana y normal de los tres. Y ello sin contar con una aparición estelar (aunque fugaz) de Vanessa Redgrave en el rol de la dominante madre del también edípico du Pont.


Una película extraña, capaz de entrar a saco en el malsano universo de las enfermedades mentales, al tiempo que deja bien claro el peligro que supone dejar en manos de ciertas fortunas, un tanto delirantes, buena parte del poder de un país. Un producto de esos que hay que asimilar poco a poco para digerirlo de forma apropiada.

10.2.15

Ninguneo


Tras un enloquecido trhiller como fue Headhunters, el noruego Morten Tyldum se apalanca en territorio inglés y nos traslada justo a una vieja fábrica de componentes electrónicos a pocos quilómetros de Londres, lugar en donde el Servicio Secreto Británico estableció un centro en el que, durante la Segunda Guerra Mundial, se intentaban descodificar cuantos mensajes salían de la inquebrantable máquina alemana Enigma por parte de un grupo de sabios capitaneados por Alan Turing, uno de los pioneros de la informática actual y que, a pesar de convertirse en héroe de guerra, en los años 50 fue procesado por las autoridades británicas al ser acusado de “indecencia grave” al descubrir su condición de homosexual.

Centrándose en la figura de Turing y repasando la historia de su vida desde temprana edad, este es un entretenido y crítico biopic sobre ese matemático al que, a pesar de haber ayudado a acelerar el fin de la contienda, se le acabó ninguneando debido a sus preferencias sexuales; un Alan Tuning al que da vida, de forma portentosa, un Benedict Cumberbatch en plena forma y que dota a su particular personaje (solitario, acomplejado y obsesionado con resolver cuantos más enigmas mejor) de algunas de las características con las que construyó a su moderno Sherlock Holmes televisivo.


La cinta se inicia en 1952, justo con la detención del matemático para, a los pocos minutos, iniciar un seguido de flash-backs que se alternan entre la lucha por descifrar los mensajes emitidos por Enigma, su tensa correspondencia con sus compañeros de trabajo, la relación que mantuvo con una de sus colaboradoras (interpretada con total atino por Keira Knightley) y sus problemas de entendimiento con altos militares y con gente directamente ligada al MI6, así como un sensible acercamiento a sus años mozos, cuando empezó a sentir su gran pasión por las matemáticas y su más íntima concomitancia con un joven colega de escuela.


The Imitation Game es un trabajo ciertamente atractivo. Perfectamente ambientado y alternando a la perfección, y sin ningún tipo de rotura en su narración, las tres épocas que muestra de la vida de Turing, construyendo de forma eficaz una hábil mezcla de thriller, melodrama y cine de denuncia, al tiempo que plantea, de forma muy meritoria, algunos dilemas morales que tuvieron que plantearse esos investigadores una vez descodificados los mensaje emitidos por el ejército nazi.

Valga, si más no, para reivindicar la figura de un personaje que fue despreciado y maltratado al descubrir que tras tan insigne matemático se escondía un homosexual.

9.2.15

Hijoputa


Nightcrawler significa el debut como director de Dan Gilroy tras haber escrito varios guiones para la gran pantalla. Nominado a mejor guión (del propio Gilroy), se trata de un trhiller sencillamente espeluznante que, centrándose en la figura de un hijoputa integral, se adentra en los rincones más oscuros y perversos del periodismo sensacionalista; de esa prensa que se alimenta, cual vampiros, de aquellas noticias que sean capaces de salpicar da sangre los titulares de los noticieros televisivos y así remover el estómago de sus televidentes. Y es que el morbo, nos guste o no, sigue vendiendo y subiendo los niveles de audiencia. Así nos va.

Jake Gyllenhaal, también acreditado en funciones de productor, está espléndido, y al mismo tiempo repulsivo, encarnando a Louis Bloom,  el impresentable protagonista de esta fábula negra ambientada entre cameramans freelances que viven del filmar accidentes de todo tipo para vender después sus imágenes al mejor postor.


Bloom es un buitre carroñero de muchísimo cuidado: un tipo sin oficio ni beneficio que, una buena noche, de forma casual, descubre la posibilidad de hacer dinero acercando, cuanto más mejor, el objetivo de su cámara de video a las víctimas de cualquier tipo de percance, ya sea automovilístico, a resultas de un tiroteo o de un violento asalto. Miente, manipula y se salta todos los límites. Su meta es llegar al lugar de los hechos antes que la propia policía o de los servicios sanitarios y empezar a usar su filmadora para obtener las mejores tomas. Todo vale para cumplir sus malsanos objetivos. Después, ya con las imágenes en la recámara de su grabadora, tocará lidiar con la cadena televisiva que más se adapte a sus ruines intenciones.


Nightcrawler es un film sólido, capaz de ir directo al grano y de dejar en pelotas el negocio sucio de ciertas televisiones, al tiempo que hace un magistral dibujo de un ser altamente desagradable. No escamotea en detalles ni en gruesas gotas de humor negro para mostrar, paso a paso, el crescendo del floreciente negocio montado por el tal Louis Bloom, un tipo capaz de aliarse hasta con el diablo para su propio beneficio.


Sobria, visceral y, por momentos, aterradora. Algunos apuntan a que pasará a convertirse automáticamente en una película de culto. Y es que, en realidad, no van nada desencaminados.

6.2.15

El pintamonas y la pintora


El cine de Tim Burton hace tiempo que pedía a gritos un cambio de orientación, de huir de ese sempiterno espíritu gótico y siniestro, ya un tanto cansino, que alumbraba sus últimas producciones. Con Big Eyes parece haberlo conseguido. Cambia la oscuridad por una luminosidad y un colorismo poco habitual en su universo, aunque conserva sus señas de identidad en varios aspectos, empezando por el sinfín de pinturas que acompañan a sus dos personajes principales a lo largo y ancho de su metraje; unas pinturas cuyas protagonistas, siempre niñas tristonas y de ojos grandes, parecen escapadas directamente de alguno de los films anteriores del director.

Big Eyes está basada en un caso real, el que vivieron Walter y Margaret Kane entre mediados de los años 50 y principios de los 70, periodo durante el cual el primero se convertiría en el pintor de moda entre la jet set norteamericana con sus peculiares cuadros de niñas solitarias, y por dar el pistoletazo de salida, con su embaucador carácter, del ahora llamado merchandising, ya que logró muchísimos más ingresos debido a la venta de los posters de su obra que con la de las pinturas originales.


Hablando de pinturas, lo que hace Tim Burton en su película, es otro tipo de retrato: el de un tipo que, en complicidad con su esposa y durante muchos años, consiguió tomarle el pelo a toda la sociedad, cometiendo un gigantesco fraude que, de pasada, anuló por completo a su mujer Margaret como persona y creadora ya que, en realidad, ella era la pintora, la que realizaba todos los cuadros de las niñas big eyes y de las que Walter se apropió descaradamente otorgándose su autoría ya que, según él -todo un experto a la hora de vender un producto-, “el arte femenino no vendía”.

La cinta se centra, principalmente, en el despertar de Margaret como mujer y como artista y en la lucha de ésta por huir de la sumisión que demostró ante el despotismo de su esposo, un tipo mentiroso, machista y, a pesar de su aspecto campechano, de un mal carácter asombroso. Y allí, para dar vida a esa mujer resignada y acobardada, está una sobria Amy Adams que, con su magnífica interpretación se come con patatas a un apayasado Christoph Waltz que, con su desmadrada actuación, se convierte en lo peor de la propuesta de un Burton que, en su posición de director, se debió ver sobrepasado por la intensidad histriónica del actor austríaco.


San Francisco y Hawái como dos puntos geográficos referenciales y un montón de citas sobre personajes del mundo de la cultura de esa época (empezando por Andy Warhol, el otra gran promotor del merchandising pictórico), son algunos de los grandes puntales que utiliza el realizador de Mars Attacks!, para narrarnos, bajo el aspecto de cuento cruel infantil, la historia de un fraude que demuestra que, en ocasiones, la realidad va mucho más allá que la ficción.

Ciertamente curiosa.

4.2.15

YoGa 2015

El colectivo Catacric (Catalans Critics), reunido en la noche del 3 de febrero del 2015, en un céntrico lugar de Barcelona, ha decidido otorgar los 26º anti-premios YoGa a lo peorcito de la producción cinematográfica del año 2014.

En sus deliberaciones, el jurado, anónimo y mutante, como cada año, desde hace 26 inviernos, ha tenido en cuenta las apreciaciones, comentarios y sugerencias de los lectores de su web y de redes sociales como Facebook y Twitter.

Cine extranjero

- Peor película: YoGa Réquiem por un leño, a Noé, de Darren Aronofsky.

- Peor director: YoGa Pepi, Lucy, Bom y otras chicas de (Luc) Besson, por Lucy.


- Peor actor: YoGa Bastardo desencadenado, a Christoph Waltz, por Big eyes y The Zero Theorem.

- Peor actriz: YoGa Más dura será la caída (algo pasa en la nube), a Jennifer Lawrence, por Serena, Juegos del Hambre: Sinsajo - Parte 1, X-Men: Días del Futuro Pasado y La Gran Estafa Americana.


Cine español

- Peor película: YoGa En casa de Herrero, guionista de palo, a La Ignorancia de la Sangre, de Manuel Gómez Pereira.

- Peor director: YoGa Con De la Iglesia hemos topado, a Juanfer Andrés y Esteban Roel, por Musarañas.


- Peor actor: YoGa Actor mínimo a Jesús big eyes Castro, por El Niño y La Isla Mínima.

- Peor actriz: YoGa Resacón en la Vega 3, a Paz Vega, por Matar al Mensajero, Grace de Mónaco y La Ignorancia de la Sangre.


Premios especiales

- YoGa Los abuelos que saltaron por la ventana y… a Clint Eastwood, Jean-Luc Godard y Woody Allen.

- YoGa Uno de los Nuestros a Andreu Buenafuente por su egotrip en El Culo del Mundo.


- Yoga Cultura morta a TV-3 por sus secretas intenciones con respecto a Ànima, Cinema 3 y Via Llibre.

- YoGa a Isona Passola por su discurso en los Premis Gaudí, que duró fins L’endemà.

3.2.15

La teoría de la nada


Pocas sorpresas alberga en su proyección La Teoría del Todo, biopic sobre Stephen Hawking, uno de los físicos de más renombre de la actualidad que, anclado desde hace años en una silla de ruedas a causa de una enfermedad genética y degenerativa, se ha convertido en todo un icono popular junto al del desaparecido Albert Einstein.

James Marsh, su director, se centra principalmente en la relación sentimental entre el físico y Jane Wilde, la mujer con la que contrajo matrimonio y con la que tendría tres hijos. Una relación que se inició durante sus años de estudiantes en Cambridge. Él era de ciencias, ella de letras. Fue un amor a primera vista que ni siquiera logró truncar la terrible enfermedad motoneuronal que le diagnosticaron a un joven Stephen y que no le auguraba más de un par de años de vida.


Si algo tiene de interesante el film de Marsh es, ante todo, el buen hacer de sus dos principales protagonistas, Mientras Eddie Redmayne, en la piel de Stephen Hawking, se relame de forma exquisita en uno de esos papeles que todo actor querría interpretar, sacando un magnífico provecho de los impedimentos físicos del científico a base de un duro trabajo actoral (de los que, no nos engañemos, encandilan a los miembros de la Academia de Hollywood), ella, Felicity Jones, corre con el papel menos vistoso de la cinta, el de Jane, la sufrida y compleja esposa del científico y que, en el fondo, es en la que más se centra el trabajo del director.


En La Teoría del Todo, lo que menos le importa a su realizador es hablar precisamente de eso, de “la teoría del todo”. Agujeros negros, formación del universo, galaxias y la relatividad están siempre presentes en la narración, pero de forma puramente anecdótica. Lo que le va a James Marsh es la parte más melodramática, el mal rollito que, con el paso del tiempo, se creó entre el genio y su mujer; un proceso de dependencia igual de degenerativo que el sufrido físicamente por el propio Hawking y que, sobre todo para ella, significó el fin del amor que sentía por su marido.

Apunta, sin demasiado hincapié, en el peculiar sentido del humor del que siempre ha hecho gala el eminente físico pero, sin embargo, profundiza en exceso en todos aquellos aspectos que puedan resultar más lacrimógenos para el espectador. Y es que, en realidad, lo que pretende el realizador es hurgar descaradamente en el proceso de destrucción del matrimonio Hawking, convirtiéndose por ello en un aburrido melodrama más del montón, aunque con el morboso aliciente de contar con el protagonismo de una figura popular y físicamente impedida como la del genio.


A parte de las interpretaciones de Redmayne y Jones, si hay algo que salve de la nada más absoluta a la película es su emotivo apartado final, en donde una mágica ensoñación, directamente ligada a la relatividad del tiempo, entronca de forma imaginativa con algunos de los deseos científicos y sentimentales del amigo Hawking. Y paren de contar.